miércoles, 8 de septiembre de 2010

¡ESE! ¡ESE! ¡ESE! ¡LA BARRA DE PUGLIESE!


LA ESTACION DEL SUBTE B LLEVARA SU NOMBRE

Por fin el próximo viernes 17 de setiembre, de tardecita, luego de varias postergaciones, la estación de la Línea B que se llamaba Malabia, en honor a José Severo, un congresal de Tucumán de origen boliviano, abajo de la esquina de Canning y Corrientes, donde está la plazoleta, el busto y el monumento a la orquesta, será oficialmente rebautizada Osvaldo Pugliese, como hace añares se viene pidiendo para homenajear a otro hijo dilecto de la barriada junto con el Adán Buenosayres de don Leopoldo Marechal. Y es que en lo que era un viejo corralón, sobre la vereda sur de Drago, se mudó la familia y allí terminó de componer Recuerdo, su obra máxima, de la que Aníbal Troilo dijo que hubiera dado todo lo que hizo por componerlo él, aunque el gusto popular lo haya inmortalizado con el ritmo africanoide e inconfundible de La Yumba. Era 1924 cuando lo compuso, tenía 18 años y desde los 15 tocaba en los fondines de la margen derecha del Maldonado, como El Café de la Chancha, al que él recordaba por lo poco afecto al jabón de su dueño, permitiéndose un tono socarrón que en raras ocasiones rompía su seriedad casi monacal, y militaba en política. De esto nos ocupamos ya hace un tiempito.
Osvaldo Pedro Pugliese había nacido en ese barrio el 2 de diciembre de 1905 y murió en la Clínica Bazterrica, el 25 de julio de 1995, a días de un homenaje por sus 90 años, dando un recital con la formación orquestal que mantuvo contra viento, mareas, represiones y problemas de marketing. Sus principales datos biográficos y musicales están detallados en la red. Era hijo de un inmigrante italiano que tocaba la flauta en los viejos tríos del tango milonga, que lo quiso hacer violinista y después, cuando eligió el piano, que tocara en el Colón, algo que logró cuando cumplió 80 años, pero no con la música que el viejo tano soñó en aquellos sueños del progreso indefinido. La historia se iba a repetir por partido doble cuando del primer matrimonio nació una nena y un tangazo, La Beba, que también tuvo una formación ortodoxa de conservatorio pero terminó dirigiendo en quinteto. Y la nietita Carla completaría la zaga. Ver más sobre su vida y obra.



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La consolita que hemos configurado más arriba permite un panorama apenas somero de lo que fue Osvaldo Pugliese, que incluye su presentación en el Colón a mediados de los '80 y la versión de La Mariposa, de Pedro Maffia, sobre los arreglos que para la orquesta hiciera Julián Plaza cuando era bandeonista de su formación y antes de irse a formar el Sexteto Tango. No muy difundido, amén de la famosa cooperativa de la que no era obligación formar parte y en la que él tenía el 13%, para ser músico de su orquesta se debía saber leerla y era obligación estudiar a la par de las obligaciones laborales como presentar primero sus composiciones personales y hacer arreglos, todo lo cual era pesonalmente supervisado, ya que consideraba que la rutina del músico popular atentaba contra su persona, lo alienaba y se trataba de creadores, buenos o no tanto, pero era arte y cultura lo que se subía a hacer en los escenarios. Los tiempos que corren no permiten apreciar el fenómeno de masas que era su presentación en los clubes, sobre todo cuando tuvo de vocalista a Alberto Morán y la chicas se venían en malla, capa de tafetina y una banda cruzada que decía Miss Morán, como si fueran las reinas de carnaval y usando los mismos atuendos así fuera el mes de julio y como encima se trasladaban en la caja de los camiones, igual que las hinchadas de fútbol y la gente a los actos políticos, las pobres estaban violetas de frío, pero le hacían pata por el fachero que las dejaba con los ojos como corderos degollados. Sobre este cantor, que voló a una formación propia cuando el éxito le sonrió, después tuvo una trastabillada seria con la cocaína y terminó en Villa Devoto. Un día le anuncian que tiene una visita, si la autoriza y cuando lo vio a aparecer a Osvaldo con una bolsita con yerba, facturas, cigarrillos, algunos diarios y otras cosas. No pudo ni siquiera saludarlo. "Alberto, no le dé importancia", dijo El Martillero Público del Piano, como se denominaba a sí mismo. "Yo sé lo que es estar acá y por eso vine." El partido de vuelta fue la mañana del 27 de julio de 1995 y Morán estuvo entre los dos o tres primeros en llegar y pararse cerca de la entrada del panteón que SADAIC tiene en la Chacarita. Era una mañana soledada, pero más que fría y él aguantó con la mirada perdida el terrible plantón. El cortejo venía de contramano por Corrientes, poco más que a paso de hombre por la doble fila de gente que espontáneamente se paraba para el saludo en una jornada laboral, escoltado por serios motociclistas y patrulleros de la Federal, los mismos que en otras circunstancias los habían llevado encanutados a los dos. Vestía una parca larga, no de marca, como las zapatillas sport de gruesa suela. Los años no habían alcanzado a llevarse de todo de aquel rostro que había hecho estremecer a mocosas cholulas y ardientes. Lo que sí resultaba notable era el auricular no de última tecnología que le brotaba de la oreja izquierda y aquella mirada triste y apagada que se despegó muy poco del suelo, esperando que llegara el féretro y la línea de cuatro bandoneones simbólicamente lo despidiera haciéndole escuchar por última vez La Yumba.

Sexteto Vardaro-Pugliese, para paliar la misiadura y salir de gira. Los fueyes son Maffia y Laurenz, los dos Pedros a los que Piazzolla le dedicaría una composición un tanto especial, compleja de interpretar, según él sólo apta para El Gordo Leopoldo Federico, según ordenó en el casete con que lo mandó desde París. El otro violín es Alfredo Gobbi. ¿Vocalista? María Elena Torres, la que años después Homero Manzi va a encontrar en un cabaroto de Río de Janeiro y va a inmortalizar en los versos de Malena.
Algunos estudiosos del género establecen una columna vertebral, ortodoxa, que arranca con Julio De Caro y su violín corneta, el primero que grabó Recuerdo en 1926, después Osvaldo Pugliese, al que De Caro llamaba Mi Pollito, y por último, completando el medio campo, Astor Piazzolla. Cantidad de veces el autor de Adiós, nonino lo reconoció públicamente, como la noche que le hizo de presentador en el recital del Teatro Regina, cuando acababa de terminar la guerra de Malvinas y lo llamó directamente mi maestro.

En el comedor de su departamento del 6º piso de Pasteur y Rivadavia, circa 1976, con el responsable de esta bitácora. El grabador que intermedia era porque se trataba de una de las entrevistas para la originaria revista Crisis que dirigía Eduardo Galeano y que sería clausurada poco después, con motivo de cumplirse los 50 años de la grabación de Recuerdo. El informe incluyó reportajes a Julio De Caro y al autor de esa letra fantasmal, Eduardo Moreno, que dio cuenta de la censura sufrida porque entonces estaba prohibido mencionar a los Café Concert, que fue reemplazado por el viejo café, debido a que el de Suárez y Necochea, en los balconcitos individuales del primer piso no era tango precisamente lo que escuchaban las amables chicas de la casa con los parroquianos urgidos de otros apetitos.

La del próximo viernes 17 es una cita de honor. Después de los acostumbrados oradores, que dirán las cosas acostumbradas y todos los demás rituales, va a subir La Beba con quinteto y varios más se van a prender. Las artrosis, artritis y otros achaques no van a ser inconveniente para que en la calle se arme una tangueada y aunque ya no se le pueda sacar viruta y lustre al asfalto, va a ser decirle presente a un paradigma de la cultura popular, expresión que tratándose de Osvaldo se puede decir y repetir sin temor a ponerse colorados. ¿Nos vemos?