El abrazo con el presidente. El pulgar derecho del histriónico espiritista está sobre la veta de oro de la piedra que le regala. |
Ya había pasado la primera hora del miércoles 13 de octubre del 2010, que si se lo suma da 33 como ellos, ya a las 00:10 había emergido Florencio Avalos Silva, el primero, y Mario Sepúlveda, de 40 años, que ya había monigoteado de lo lindo en los videos desde el fondo donde estaban enterrados a 700 metros de profundida, en la mina San José, pero cuando salió de la Fénix II, después de besar a su mujer, se volvió, levantó una mochilita, le sacó papeles y entró a sacar piedras y regalarles a todos, a ministros, al presidente y a la Primera Dama, a los rescatistas, saltando como un mono y en medio de las carcajadas de todos por su naturalk capacidad de comunicación y gracia.
Claro, todo eso. Pero pasó absolutamente desapercibido que será medio payasito, espiritista, el que le gusta ser centro de atención, predicador evangelista que después dirá que estuvo con Dios y con el Diablo, pero ni masca lauchas y menos usa las piedras de chicle. No eran piedras cualquiera. La famosa perforadora australiana T-130, que se convirtió en la vedete tecnológica al ser la primera en llegar hasta la parte del taller mecánico del socavón donde estaban, a 622 mts. de profundidad, en el camino se llevó por delante y demolió posiblemente la veta más grande de oro de esa mina que lleva cien años de explotación, tanto de minerales como de seres humanos, aunque más de esto último que de lo primero.
Allá abajo, los 33 tenían a su cargo, con las manos y algunas herramientas, ir juntando, barriendo, limpiando todo lo que trituraba la máquina, ya que había un agujero previo de 8 cm. que estaba agrandando a 70 para que pudieran pasar en la cápsula especialmente diseñada y a la que bautizaron Fénix. En medio de todos esos desechos cayeron cantidad de piedras veteadas de oro y el evangelista que se cree un mensajero del Señor y estar en la Tierra para difundir su palabra, joda va, joda viene, le salvaron la vida y subió con unas ofrendas que tanta algarabía, emoción y confusiones no dejaron percibier en toda su magnitud.
A Mario no le interesa el oro. Había dormido con La Muerte durante 69 noches y traía su pequeño, esencial mensaje: "Miren todo el oro que tengo, es de ustedes, es de todos", quizá quiso decir.
Saltando como un mono, ya venía gritando durante el ascenso y haciendo llorar de risa a los rescatistas que esperaban en la superficie, en la boca del ducto, controlando la operación, hizo vibrar a sus compatriotas y a los 1.500 millones de seres humanos que lo miraban por tevé, superando el raiting del Mundial de fútbol.
"¿Me salvaron la vida? Tomen, aquí tienen oro, mucho oro, yo tengo la alegría", podría haber sido también el mensaje.
Gracias, Mario, gracias por todo aunque no se hayan apercibido y no te hayan dado bola.
Y ahora, completo, el Sepúlveda Show para toda la humanidad con sus ofrendas de oro, dando todo de sí: