domingo, 22 de mayo de 2011

FUEGO, FUEGO, FUEGO


En la foto, la aeronave todavía íntegra está cargando pasajeros en Mendoza para ir hasta Neuquén, donde aterrizará y decolará por última vez. Una pasajera peló su cámara digital y de puro cholula le sacó está foto, que ahora es todo un documento. Quizá varios de los que se ven vivos ya no lo están. Porque todavía no se habían apagado los ecos de la bengala marina en el recital de rock de La Plata que un programa noticioso de cable interrumpió lo pautado para dar lugar a la urgencia: acababa de llegar a Buenos Aires la noticia que un bimotor turbohélice de la aerolínea rosarina Sol, que había partido poco después de las 20:00 de Neuquén, a las 20:50 había alcanzado a emitir tres mensajes de desesperados SOS, algo que hacía temer lo peor.
Que fue lo que ocurrió, por otra parte. Con los tanques prácticamente llenos, 19 pasajeros y 3 tripulantes, la nave de origen sueco se estrelló contra la estepa patagónica cerca del pueblito de Los Menucos, esparciéndose en un radio de 400 metros y el impacto destrozando el aparato de manera increíble, ni qué hablar de los cuerpos carbonizados.
La fábrica de esos aviones SAAP, decolados por primera vez en 1983, eran considerados tan seguros que en la actualidad, con poco más de 9 millones de hora de vuelo contabilizaban solamente dos caídas. La tercera había sido en la Argentina. Y todavía no se había localizado a la pequeña aeronave que ya se sabía que la joven azafata rosarina venía realizando denuncias sobre la violación de la patronal de normas de seguridad que, como se estila en estos casos, fueron negadas de plano y cabeceadas al arco del sensacionalismo periodístico.
No tardó en agregarse el gremio que agrupa a los pilotos para ratificar esos dichos y poniéndole fechas: las últimas tres a fines del año pasado. Por un problema de jurisdicción, el magistrado interviniente, un juez federal de Bariloche, decidió no moverse de su lugar, convocar a los deudos a esa ciudad a orillas del Nahuel Huapi y mandar el puzzle renegrido de los pedacitos de los cuerpos, donde lo más grande podía ser una dentadura, a Buenos Aires para su identificación.
No había transcurrido un día que en el barrio Las Lomas de Guernica, habitado en su mayoría por ciudadanos de origen paraguayo, a las 2 de la mañana una casilla de 5 x 4, donde dormía un matrimonio y sus  8 hijos se prendió como una tea. Del grupo familiar afectado, los Santa Cruz, solamente se salvó la madre de 33 años y por unas horas sobrevivió una bebita. No duró mucho la versión de la garrafa porque los testimonios empezaron a señalar a Caramañola Báez, también paraguayo, un cincuentón también de origen guaraní y muy afecto al fino, que esa tarde había tenido una agarrada con el dueño de casa. Motivo: colgarse a la línea de luz como están todos colgados. Las precisiones difieren. Porque según algunos la luz no era para consumo propio sino que como es una especie de intermediario legal entre tanta ilegalidad había intercedido por una nueva familia, también paraguaya, que acababa de asentarse y necesitaba del vital fluido. Sea como sea, Santa Cruz se había negado de plano y había sido amenazado.
Treinta vidas devoradas por el fuego es mucha cantidad en cualquier circunstancia. En la Argentina precaria que crece a tasa asiática ya es como mucho. Los bomberos voluntarios de Los Menucos dejaron saber que el vehículo que tienen, una pick up toda chota, es de 1967 y cuando llegaron a la sombra negra y chamuscada que dejó en el suelo el avión de Sol, ya no quedaban sobrevivientes, algo impensado, sino tampoco signo alguno de fuego, como no fuera algún que otro humito en la fría madrugada. Menos mal, se consoló el jefe, muy parco, porque con los elementos que están dotados lo mejor que puden llevar es sifones de soda o pomos de carnaval.
En la foto de abajo un pulgoso vela por lo que quedó de la morada de los Santa Cruz. ¿No es demasiado fuego?