En la platea del gallinero de 1 y 58, el día del homenaje. No alcanzó a ver el nuevo estadio de hormigón.
Alcanzó a vivir poco más de una hora del sábado 30 de abril. Al día siguiente lo hubieran homenajeado en la Feria del Libro. Le faltaban apenas dos meses para ser centenario: llevar en ese cuerpo tirando a chico, mucho más con la vejez, la mitad de la historia del país que venía del bicentenario y con setenta años de peronismo a cuestas, algo que su mente afilada no pudo terminar de trasegar nunca. Para velarlo, como había pedido, lo cruzaron de su vieja casona de jardín umbrío al primer piso del club Defensores de Santos Lugares, donde los domingos a la mañana se trenzaba en ardorosas tenidas de dominó, y en su cabecera lo acompañó una escolar bandera argentina con pie de madera y el guerrero sol bordado en hilos de oro. Para despedirlo pasó más gente del GBA que funcionarios, políticos y cholulos de otra especie. Mejor. Nunca había aspirado a más. La última profesión de fe la había hecho con el personalismo de Emmanuel Mounier, un francés que supo hacer slalom entre el existencialismo cristiano, una pizquita de marxismo y abrevar su poco entre algo filosofía alemana contemporánea al paso y algunas de las muchas escuelas de la psicología. Aunque puesto en categórico, él resumía en que era un cristiano ácrata o un anarcocristiano, que le gustaba más.
El bochinche tras su deceso se empezó a levantar cuando alguien recordó la olvidable jornada del 19 de mayo de 1976. Aquel día, en compañía de Jorge L. Borges, el cura Leonardo Castellani y César Ratti, presidente de la SADE, compartieron un almuerzo con Jorge Rafael Videla en la Casa Rosada. La genética tendencia a la anmistía y el indulto per se, opuesta exactamente a tirar mierda por deporte, se enzarzaron en una insulsa polémica que ni siquiera alcanzó los tristes decibeles del reciente conato con Mario Vargas Llosa y que como toda tenida argentina estuvo caracterizada por el sentimentalismo y por la más absoluta ignorancia de lo ocurrido, de lo que en su momento fue censurado y alcanzó algunos decibeles, no en el menú.
Primero que nada, en los diarios de la época, con fecha mayo 20, están las declaraciones del autor de Uno y el universo sobre el impacto que le había producido el por entonces genoicida principiante. Esto ya es más difícil de trasegar, aunque ha quedado registrado varias veces en el semanario Gente que su idilio castrense por antonomasia fue con la Revolución Argentina de Onganía, particuarlmente su estrecha amistad con Nicanor Costa Méndez, que integraba el directorio de la Deltec. El despiporre se armó cuando dos meses después de la dichosa comida, en el que a la postre sería su último número, el mensuario Crisis editado por Rogelio Vogelius, dirigido por Eduardo Galeano y con Juan Gelman y Aníbal Ford a cargo de la redacción, publicó un informe basado en reportajes a Castellani y Ratti, ya que con Borges supieron de movida que no podían contar y Sábato se negó, a pesar de haber estado en el grupo fundador a principios de los '70 y haberse negado a dirigirla. Fue un costalazo, sin duda. El TXT completo de Castellani deja lugar para pocas dudas. VER. Como no podía ser de otra forma, Clarín le brindó generosamente sus páginas y la cuestión de fondo, para variar, se diluyó en ataques personales, pavoneos de intelectuales, gestos y palabras agrias e inconducentes. El tiempo no lo ha cambiado.
Ernesto Roque Sábato, como era su nombre completo, fue un bonaerense de Rojas, como todo muchachito del campo debió emigrar a La Plata para cursar física en la universidad y allí contrajo el virus del pincharratismo que no lo abandonaría: alcanzó a jugar en la inferiores de 2, un puesto glorioso por aquellas épocas, y cada vez que podía se daba una vuelta, sobre todo por la tevé, cuando el viejo Estudiantes de La Plata empelechó grande a partir de la segunda parte de la década del '60. Afiliado al Partido Comunista, llegó a ser Secretario General de la Juventud, la tan mentada Fede, pero eran años del mariscal José Stalin y más allá o más acá de los errores políticos que marcarían su vida, estando en París se echó a la retranca como era de costumbre entonces: a la vereda de enfrente sin estaciones intermedias. Alternó con los surrealistas, era la fiesta parisina que retrató como nadie Ernest Hemingway y del mismo modo que su mente siempre destacada por lo brillante le había permitido alternar con polos como Héctor P. Agosti y Pedro Henríquez Ureña, aquello fue el comienzo del fin: la ruptura con un universo científico al que empezó a ver tan apocalíptico como deshumanizado. La aparición de la nouvelle El túnel, caracterizada por muchos como existencialista, más el espaldarazo de Albert Camus para su traducción y edición en Francia, lo llevaría a incursionar todavía una vez más en las viejas obsesiones con Hombres y engranajes, pero después se decidiría directamente por la ficción y en los años finales, con la ceguera, a la pintura.
La década del 60 lo catapultó a la Sociedad de Consumo. Sobre héroes y tumbas, que se empecina en permanecer como su obra más lograda y universal, agotó ediciones y creó sus propios mitos. Editada por Fabril con tapas duras y sobrecubierta, arrastraba sobre todo a estudiantes de letras y sociales a recorrer las barriadas y descubrir los lugares de Alejandra y sus tormentos. La novela adentro de la novela que era El informe sobre ciegos, que incluso llevó a su hijo Mario a intentar llevarla al cine, produjo un efecto que llevó a sentidas que de esos personajes que siempre habían sido mirados de manera especial por los videntes. Para colmo, casi se convirtió en una leyenda urbana que el psicópata paranoide de Fernando Vidal Olmos, su protagonista, había sido sacado de una realidad con nombre y apellido: Guillermo Patricio Kelly. Más todavía: el incesto también era arrogado a seres de carne y hueso. No faltaron los apóstatas que en la cabecera de sus camas ni siquiera se tomaran el trabajo de sacar el crucifijo que nunca había existido y colgar el cartelito con la máxima que regía el mundo de los Vidal Olmos:
LA CASUALIDAD NO EXISTE
Después del rechazo del cargo por parte de Adolfo Pérez Esquivel, como este mismo lo reconoció públicamente, Sabato aceptó encabezar la CONADEP a pedido del presidente Raúl Alfonsín y ahí sí meter las manos en lo que quizá ni en sus noches más negras había imaginado, con su secuela de amenazas de todo tipo como si con los hechos no alcanzara. El dichoso prólogo del Nunca más, en su momento, recibiría las lavativas y correctivos de los policías de conciencia de turno: le pusieron una lápida con una antesala y que nadie se confunda y crea que se trata de la Teoría de los Dos Demonios. Un atendible enfoque, pero el dichoso informe tiene más de una discrepancia: la colecta de datos no alcanza a documentar 9 mil desaparecidos contra los 30 mil que se instalaron desde que Le Monde, en su momento, publicó un comunicado de los exiliados. No es solamente un problema numérico o los milicos pasan a ser menos condenables. Se trata de las líneas de fuga que llevaron a un triste personaje de la carnestolenda popular a hablar de treinta lucas de muertos. Hebe de Bonafini llegó a calificar de mierda al TXT del autor de El escritor y sus fantasmas, acusándolo de actuar en consonancia con los popes del alfonsinismo. Para los nuevos dueños de la verdad histórica la violencia política en la Argentina comienza el 16 de junio de 1955 y la plenitud del modelo argentino y popular en el 2003. Sábato nunca quiso reeditar su libro sobre el peronismo donde el centro vital lo hacía girar en el resentimiento de su máximo líder y fue el primero en rescatar los verdaderos valores de Evita.
En el mediodía de un 1º de mayo que en otros años él pasó entre ríos de banderas rojas y cantando La Internacional, ahora un pequeño cortejo lo llevó a un cementerio privado de Pilar. Amigo de los platos fuertes, aquel viejo back derecho de las inferiores de los pincharratas posiblemente no recordara con una sonrisa la zorrería socarrona de un Borges que como él empezó a escribir prosa ya grandecito, cuando le fueron a preguntar qué opinaba sobre los resultados, con su mejor voz de bajo contestó: "Está bien, está bien. Promete este jovencito." Practicaron una tirria tan simultánea como innecesaria, bien al estilo argentino. Por la fecha jugada el 2 de mayo el equipo de Estudiantes salió a la cancha con un brazalete negro, el máximo homenaje que otorga el fútbol.