Si las elecciones en Chubut del pasado 20 de marzo no fueron un fraude, como dijeron desde el gobierno nacional aun antes que se cerraran las urnas, resulta a todas luces que hubiera sido mejor: el engorro es de tal calibre que no se sabe qué pasó. Posiblemente como tantas otras cosas, no se llegue a saber nunca. A más de diez días, con un resultado inicial que daba por ganador al oficialista Martín Buzzi por 1500 votos, el Tribunal Electoral dio ayer un escrutinio todavía provisorio con la ventaja reducida a 401 (¡!) y posiblemente vayan a tener que votar cinco mesas recurridas que suman en total unos 1700 ciudadanos. A todo esto, la infame tirada de boñiga fresca entre ambos bandos, los dos peronistas, se llegó a afirmar que esa diferencia inicial de 1500 no existía porque se habían recuperado 1200 y que el Frente para la Victoria kirchnerista iba ganando por 1400. En el resto del mundo entendieron que los votos en cuestión, entonces, eran 2900, pero el nuevo paradigma peronista, así como tiene una nueva inflación, tiene una nueva matemáticas.
La nueva votación es aberrante. Los ciudadanos en cuestión están lejos de ser los mismos que de una forma u otra votaron el 20 de marzo. Tienen un puchero de números, valores, gritos, acusaciones, lealtades y demás todas revueltas. Además, juntos suman tres veces la diferencia existente entre el oficialismo y el kirchnerista Carlos Eliceche. Con lo cual, desde el punto de vista cívico, sería mucho más civilizado sortear quién es el nuevo gobernador con los tres últimos números del DNI y el premio mayor de la lotería provincial. El único resultado auspicioso es que todo indica que Mario Das Neves se va a bajar para siempre de sus aspiraciones principales, dejando tras de sí, como herencia, aunque todos lo sepan o sospechen, de dónde sacó los fondos para las sistemáticas campañas publicitarias de su figura, a base de afiches y gigantografías, con que tapizó las pareces porteñas durante varios meses.
En Argentina todo siempre queda para la cuenta del otario.