Con River Plate, el domingo 26 de junio se fue al descenso la identidad futbolera argentina por antonomasia. País paradójico, enrevesado, supo encaramar casi simultáneamente la antinomia imprescindible en Boca Juniors a la garra, el morder al encontrario, no desfallecer ni aun moribundo, y desde ahí erigir a la mitad más uno. Pero el modelo del ethos criollo que engendrara La Academia racinguista a principios del XX, desde siempre, con el ícono máximo de La Máquina en el cénit, fue el club que ordenó fundar el padre del fútbol argentino, Alexander Watson Hutton, recado que llevó su secretario Pedro Martínez y que los muchachos que se aglutinaban en la avenida Almirante Brown de principios del siglo anterior en torno a Leopoldo Bard, que sería presidente de la Cámara de Diputados, amén de médico, y delfín de Hipólito Yrigoyen para enfrentar al sector oligárquico interno de Marcelo Torcuato de Alvear, buscaron desde el primer momento diferenciarse, a tal punto que la primer canchita la instalaron en un dock, al lado de la carbonería Wilson, hasta donde tenían que ir en bote y varios viajes a remo puro.
El estigma de los zeneizes de la barriada no les tardó en caer. No eran todavía las gallinas; les colgaron el mote de darseneros, una patente de extranjería. El único de los fundadores de origen genovés fue Tomás Liberti, legendario fundador también de los Bomberos Voluntarios de la Boca. Los demás eran todos apellidos de origen español, judío centroeuropeos y algún alemán. El elemento aglutinante era uno solo, que hasta el día de hoy, que han mordido el polvo de esa ignominia deportiva que es el descenso para una gloria, lo niegan frenéticamente como si fuera tabú o algo infecto contagioso: eran todos masones. La camiseta, como la que luce el seleccionado peruano de fútbol, se corresponde con el mandil de ceremoniales del Gran Maestro Grado 33 en el rito escocés. Traducido: Watson Hutton. El nombre forma parte de la orden que fuera impartida en el inicio: tenía que ser en inglés y fue el que llevó a la asamblea Martínez y fue el elegido a pesar de contar con un solo voto. En la Hermandad, como en otros órdenes, donde manda Gran Maestro, no mandan los iniciados.
Cuando a principios de este siglo estuvo en Buenos Aires Christian Blomberger, para asombro de la escasa decena de asistentes que tuvieron sus charlas, quedó en claro cómo River Plate compartía con sus pares europeos ese perfil de club cajetilla, que juega buen fútbol, que siempre tiene un elemento rojo en la divisa y que se muda porque de algún modo es expulsado, segregado por extranjero. Y lo hacen siempre para los sectores norteños. River emigró primero a Libertador y Tagle, a una enorme cancha de tablones de quebracho sostenidos por una estructura de hierro, para finalmente recalar donde se levantaría el Monumental. Para eso fue necesario rellenar con basura y escombros unos terrenos anegadizos que pertenecían al Estado. Para entonces ya hacía rato que Antonio Vespucio Liberti, hijo de Tomás, católico de misa y heredero del emporio repartidor de soda y gaseosas, llevaba todos los domingos, en el baúl de su auto particular, las casacas de seda hechas modosamente a mano por modistas, con cada banda pegada con costura a máquina, lo mismo que los números y religiosa abotanuda al frente, camisas, en realidad, no las camisetas de algodón que se ponían por la cabeza los equipos pobretones.
El pleito con los boquenses nace en 1908 y va a tener sus etapas territoriales hasta devenir en el paradigma del enfrentamiento nacional por excelencia del país unitario. A lo largo de las décadas pasaron por sus filas a los que se considera verdaderos íconos del fútbol bien jugado, desde el Charro Moreno, para muchos, sin el auxilio de la tevé, lo mejor que haya pisado un césped en la Argentina, los uruguayos Enzo Francescoli y El Botija Walter Gómez al que la muerte encontró como cuidacoches en el playón, cuando todavía no era motivo de disputas entre Los Borrachos del Tablón & Co., la figura entrañable de Angel El Feo Labruna, El Beto Alonso y dos injustamente relegados, casi olvidados de la memoria colectiva como Ermindo El Ronco Onega y El Cabezón Enrique Omar Sívori, para más de uno con su facha desaliñada el prototipo del jugador argentino e integrante de aquel famoso quinteto que con la camiseta de la selección supo clavar un hito en Lima 57 junto a Corbatta, Maschio, Angelillo y Cruz, pasando a la historia como Los Carasucias. ¿Y Pedernera? ¿Y Distefano?
La lista es interminable. En el arco la figura que hacía suspirar mujeres del Tarzán Amadeo Carrizo que hizo del estatismo y la capacidad voladora de los cuidapalos un jugador de cancha más, aunque también una imborrable causa de sufrimiento para la hinchada, más si se lo asocia al Gallego Pérez como Nº 2, que gambeteaba delanteros dentro del área chica y que le hacía pases atrás a su arquero, de taquito, que después había que ir a buscarlos al fondo de la red. El Pato Fillol, echado con un desdeñoso empujón por un pendejo, a la vista de todos, ya preanunció la hecatombe. El morocho subido Tatún Ramos Delgado maravillaba antes de los despliegues de un saltimbanqui como Pinino Más, quien supiera incorporar los saltos ornamentales al fútbol.
Hicieron leyenda.
Como la parada de pechito en el Nacional de Chile, frente al negro Spencer de Peñarol cuando iban ganando 2 a 0 y al terminar 4 a 2 para los manyas se ganaron para siempre el mote de gallinas. Fue cuando el presidente de entonces, el escribano William Kent, que sería suegro de Ramoncito Saadi y formaría parte de lo negro del menemismo, sin contar su triste papel en la Puerta 12, se decidió blanquear a la barra brava que encabezaban Haydée Martínez, solamente conocida como La Gorda Matosas, y Sandrini.
Hicieron leyenda.
Como la parada de pechito en el Nacional de Chile, frente al negro Spencer de Peñarol cuando iban ganando 2 a 0 y al terminar 4 a 2 para los manyas se ganaron para siempre el mote de gallinas. Fue cuando el presidente de entonces, el escribano William Kent, que sería suegro de Ramoncito Saadi y formaría parte de lo negro del menemismo, sin contar su triste papel en la Puerta 12, se decidió blanquear a la barra brava que encabezaban Haydée Martínez, solamente conocida como La Gorda Matosas, y Sandrini.
El Monumental fue tumba de casi 90 hinchas, con dos tragedias en la misma puerta y muertes aisladas como la del muchachito que defenestraron desde lo alto de la platea y cayó en el depósito de máquinas de donde lo sacarían por el hedor sospechoso en un día que tenían que campeonar frente a F.C. Oeste. Eso bastante antes que los bravos se fracturaran para siempre, exhibiendo lo obvio: las divisiones irremisibles de la cúpula y su también avanzado estado de descomposición. Ahora, desde que el bochorno del domingo dejara al aire más pústulas, como el galimatías para las siempre tardías autoridades de no poder clausurar el estadio porque adentro funcionan una escuela primaria y una secundaria, una aberracíón exhibida como un lujo solamente en un país como la Argentina. Porque queda en el tintero, valga la expresión, que ahí también, desde 1999, hay un instituto terciario para periodistas deportivos, que sería lo de menos cuando ya es serio, sino que el ahora demonizado por los siglos de los siglos, doctor José María Aguilar, inauguró la primera escuela para dirigentes. Se da peligrosamente por supuesto que el título tiene salida laboral, como lo anunciaban los carteles enganchagiles con que empapelaron Buenos Aires en su momento, y que con sólo exhibir el diploma los clubes se abalanzan sobre tanta preciosura para erigirlos en presidentes. Conversando en voz baja, como corresponde en este país a toda conversación en serio, el objetivo, ante la tendencia mundial de la concentración del capitalismo, tiene la baraja en la manga de ser una usina para ir copando los clubes chicos, meterlos en el zapato chino y construir una cadena de sucursales. Las bondades académicas del engendro se vuelven hoy una mueca trágica: en el 2002, con la primera camada de egresados, cuando uno de los beneficiados con el diploma fue el mismísimo doctor Aguilar, considerado uno de los vaciadores y enterradores por excelencia que terminó con la institución en el descenso.
Todavía falta una puntada para un Club Atlético que como tal ha sabido venirse solo a pique: en el último año, a cococho de la Hi Tech, inauguraron un sistema telemático de enseñanza remota. El sobredimensionamiento, la apertura de quiosquitos de todo tipo, también es el rango distintivo de una Argentina largamente desquiciada.
Todavía falta una puntada para un Club Atlético que como tal ha sabido venirse solo a pique: en el último año, a cococho de la Hi Tech, inauguraron un sistema telemático de enseñanza remota. El sobredimensionamiento, la apertura de quiosquitos de todo tipo, también es el rango distintivo de una Argentina largamente desquiciada.
Lo sucedido el domingo en el viejo Monumental, preanunciado unos días antes en el barrio Alberdi de Córdoba, ha sido conmocionante. Para los que son gallinas de cualquier raza y para los que no lo son. Hasta los bostereos han guardado silencio. Si se quiere un parangón del mismo cuño, el remezón nacional del 6 a 0 que nos infligieron los suecos en 1958. Otros reconocen este parangón, pero desde lo cultural lo engloba con otros y lo sube a lo más alto del podio de los acontecimientos significantes. El inconsciente colectivo argentino percibió que con River Plate se desmoronó algo más que una gloria futbolera, que uno de los clubes más grandes del mundo. Sin exagerar ni melodramatizar con unos 85 mil socios en el delirio y 15 milones de hinchas que lo emparentan con los 3,6 millones de afiliados que el PJ decía tener en 1983 y que lo convertía en el partido político más grande de Occidente, en lo personal para nada ni simpatías con el club, mucho menos con cualquier manifestación del nefasto tropicalismo Nac&Pop, es imposible evaluar cuánto del fútbol mismo, si lo tomamos con varios socioanalistas europeos como una condensación simbólica, como una miniaturización religiosa de la realidad, y seguimos viengo hasta el hartazgo a miles de jóvenes peleando consigo mismo, cascoteándose en el espejo de una policía indolente más que sospechosamente en un desmesurado operativo con un costo de 300 mil pesos, destrozando las instalaciones más frágiles y la cristalería de los comercios de Figueroa Alcorta y Libertador, saqueando las golosinas de los quioscos o quemando los puestos de choripán y panchos. La destrucción por la destrucción misma. La impotencia frente al espejo. La piedrita en el zapato es que la caída lenta fue siguiendo El Modelo en boga: todos lo vimos, todos lo sabíamos, lo horadaron minuciosamente desde adentro. Se anunciaron medidas drásticas, degüellos en masa, saneamientos de fondo, las denuncias fueron estridentes y nunca pasó nada, salvo una supuesta inexorabilidad del destino.
El final de fiesta estuvo acorde a las circunstancias. Con los Sclanker en plena audiciencias por dos homicidios, dos noches antes la Policía Federal se hizo un festival de garrotazos en una noche gélida poniendo en vereda a un grupito de maestros santacruceños que llevan casi dos meses de huelga, asistidos por grupúsculos de activistas de izquierda, y sembró 2,5 efectivos adentro del estadio y alrededores (¿alguien los contó?, es viejo el inflar el número para que la diferencia de lo que se paga por gorra vaya a la Caja de Empleados de la COPOL), de modo que cuanto enardecido lo creyera oportuno practicara tiro al blanco o directamente los cagara a trompadas en el despliegue más desorganizado u organizado al revés, como se quiera, el orden de los factores no altera el producto, que se tenga visto. Se desoyó la propuesta timorata de jugarlo sin público y zafar la situación para entrar en algo más que un cono de sospechas con la liberación de zona como se han cansado los vecinos de apuntar a la 51ª y encima que una decena de muchachos amenazara de muerte a la terna arbitral en el entretiempo. El embate oficial posdesastre ya encontró que ingresaron a las instalaciones 14 mil personas más que las autorizadas, algo que es obvio en el fútbol corrupto nuestro de cada fin de semana y nunca se sabrá a dónde fue a parar ese dinero si es que se vendieron o se revendieron en el circuito paralelo de financiar la barra o son producto de otra actividad siempre en boga como es la falsificación de entradas, una actividad que tiene que tener por lo menos la mirada distraída de la AFA. La ilusión de un tratamiento igualitario frente a otras catástrofes, en lo que hace a suspensión de estadio y quita de puntos, tiñe más de negrura el futuro próximo que el presente. La prepotente soberbia de El Kaiser Pasarella echó culo, amainó y a través de la tevé le rogó la Tía Cristina que intervenga y aplique el borbónico Derecho de los Príncipes: el perdón a los poderosos y prestigiosos, se está en etapa electoral y entre muchas desvergüenzas de último minuto, tipo Schoklender y Fundación Madres de Plaza de Mayo, esconder el asalto millonario en dólares a una surcursal bancaria a pocos metros de donde la Tía Cristina anunciaba un Plan de Seguridad con la infabilidad que luce la mitomanía kirchnerista, por lo menos le podía traer algún que otro votito en un reguero de elecciones como nunca y donde nunca se sabe.
Fútbol para Todos y el liberalismo implantado en el fútbol a partir de 1958, dos transformaciones de fondo de neto cuño peronista, por las dudas si ya no tenían frutos reconocibles en la violencia organizada con más de 300 muertos, ahora puede esgrimir un trofeo más que considerable. No se desbarranca un River Plate todos los años. Seguramente, temporada más, temporada menos, el club va a regresar a primera y el fútbol va a seguir siendo once contra once disputando una pelota. Lo que no va a ser para nada idéntico va a ser River Plate y el país. En 1965 un semanario de información general ubicaba al fútbol como "el equívoco más grande que padece el país". Con el tiempo transcurrido se ha transformado cómodamente en una certeza inamovible. Y desde 1982 hemos venido machacando que estamos en un burgo salvaje donde todo lo deportivo no tarda en devenir político. [AR]
El final de fiesta estuvo acorde a las circunstancias. Con los Sclanker en plena audiciencias por dos homicidios, dos noches antes la Policía Federal se hizo un festival de garrotazos en una noche gélida poniendo en vereda a un grupito de maestros santacruceños que llevan casi dos meses de huelga, asistidos por grupúsculos de activistas de izquierda, y sembró 2,5 efectivos adentro del estadio y alrededores (¿alguien los contó?, es viejo el inflar el número para que la diferencia de lo que se paga por gorra vaya a la Caja de Empleados de la COPOL), de modo que cuanto enardecido lo creyera oportuno practicara tiro al blanco o directamente los cagara a trompadas en el despliegue más desorganizado u organizado al revés, como se quiera, el orden de los factores no altera el producto, que se tenga visto. Se desoyó la propuesta timorata de jugarlo sin público y zafar la situación para entrar en algo más que un cono de sospechas con la liberación de zona como se han cansado los vecinos de apuntar a la 51ª y encima que una decena de muchachos amenazara de muerte a la terna arbitral en el entretiempo. El embate oficial posdesastre ya encontró que ingresaron a las instalaciones 14 mil personas más que las autorizadas, algo que es obvio en el fútbol corrupto nuestro de cada fin de semana y nunca se sabrá a dónde fue a parar ese dinero si es que se vendieron o se revendieron en el circuito paralelo de financiar la barra o son producto de otra actividad siempre en boga como es la falsificación de entradas, una actividad que tiene que tener por lo menos la mirada distraída de la AFA. La ilusión de un tratamiento igualitario frente a otras catástrofes, en lo que hace a suspensión de estadio y quita de puntos, tiñe más de negrura el futuro próximo que el presente. La prepotente soberbia de El Kaiser Pasarella echó culo, amainó y a través de la tevé le rogó la Tía Cristina que intervenga y aplique el borbónico Derecho de los Príncipes: el perdón a los poderosos y prestigiosos, se está en etapa electoral y entre muchas desvergüenzas de último minuto, tipo Schoklender y Fundación Madres de Plaza de Mayo, esconder el asalto millonario en dólares a una surcursal bancaria a pocos metros de donde la Tía Cristina anunciaba un Plan de Seguridad con la infabilidad que luce la mitomanía kirchnerista, por lo menos le podía traer algún que otro votito en un reguero de elecciones como nunca y donde nunca se sabe.
Fútbol para Todos y el liberalismo implantado en el fútbol a partir de 1958, dos transformaciones de fondo de neto cuño peronista, por las dudas si ya no tenían frutos reconocibles en la violencia organizada con más de 300 muertos, ahora puede esgrimir un trofeo más que considerable. No se desbarranca un River Plate todos los años. Seguramente, temporada más, temporada menos, el club va a regresar a primera y el fútbol va a seguir siendo once contra once disputando una pelota. Lo que no va a ser para nada idéntico va a ser River Plate y el país. En 1965 un semanario de información general ubicaba al fútbol como "el equívoco más grande que padece el país". Con el tiempo transcurrido se ha transformado cómodamente en una certeza inamovible. Y desde 1982 hemos venido machacando que estamos en un burgo salvaje donde todo lo deportivo no tarda en devenir político. [AR]